Karlitos colecciona centenares de muñecos de todos los tamaños, formas y colores. Con ellos y con piezas modeladas por Èl, fabrica cajas o collages en los que escenifica pequeños universos alegóricos sobre la disfunción familiar y social, el capitalismo salvaje o el modelo de vida americano. Es un mundo cargado de color, dentro de una estética Pop muy personal. Algunas de sus obras las vende, otras las regala, las guarda en casa o las cambia por un bocadillo. Su casa, en un antiguo edificio de viviendas a punto de derribo, está pintada de arriba abajo por Èl con sus iconos favoritos, como el huevo frito, y abarrotada de muñecos y curiosos objetos de otras décadas. Es un mundo aparte, un microcosmos dentro del cual Karlitos, junto a sus dos perros Paco y Chispilú, su familia, vive como en una de sus cajitas. Karlitos vive en el barrio del Carmen, en el centro histórico de la ciudad de Valencia, un entorno del que se ha apropiado. Camino de convertirse en un escaparate de turismo y ocio, el barrio atraviesa una fase de gran confusión: degradación, despoblación, rehabilitaciones parciales, especulación, grandes proyectos públicos que modifican el tejido urbano y social existente... Todos sus vecinos conocen a Karlitos. Las tiendas y locales de moda exponen sus cajitas. Karlitos se mantiene al margen de las jerarquías del arte y su mercado. A sus 36 años no tiene ningún planteamiento de futuro, vive al día, sin primar otra cosa que su propio proceso creativo, en un universo creado por él mismo donde disfruta de una libertad llena de riesgo y fantasía.